Lo hice porque, una vez que se ama, ya no hay marcha atrás. Hay quien dice que se puede pasar del amor al odio, pero eso no es cierto. Nunca se odia lo que se ha amado. Queremos pensar que algo nos repugna, para no reconocer que nos duele quererlo, que lo echamos de menos o que nuestra vida es más fea sin ese algo. Pero como sabes; “bicho malo nunca muere”. Pues así el amor no desaparece del todo. Jamás. Del amor que una vez sentimos siempre nos quedarán trazos, marcas, huellas, cicatrices… Eso es lo bonito: el saber que después de todo, de una u otra forma, el amor sí que llega a ser eterno. Dejar de amar es, entonces, como deshacerse de un cadáver: no existe el método perfecto. Hagas lo que hagas permanecerá un rastro… Por eso lo hice. Porque desde el primer día, desde el primer vistazo, desde el mismísimo segundo anterior al primer parpadeo, supe que los mecanismos de algo grande se movían en mí. Supe que estaba amando y también supe que ya no podría echarme atrás. Lo hice porque sin ti, la vida es como un lunes. Un lunes eterno, nublado, gris, frío… Un lunes de atasco. Un lunes con la máquina del café rota. Uno de esos días pesados, valedores de jaquecas y malos humos y humores. Un lunes post-vacacional. Quizás pienses que fue una estupidez, que no debí hacerlo; pero, ¿acaso la vida no es más que una cadena de preciosas estupideces cosidas entre sí? Y de esas preciosas estupideces, ¿no son más hermosas aún aquellas que surgen directamente del amor? Pues eso. Mi locura, para que te quedes tranquila, no fue más que el amor que me llenaba por completo explotando y derramándose hacia fuera. Manchándolo todo a su paso.
Escarlata en las paredes.
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