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lunes, 10 de octubre de 2011

Corrían las tardes de Octubre escondidas en un rincón de aquellas calles de París. Yo no sé dónde me escondí cuando Marco decidiópasar todo un año estudiando en el extranjero, ¿dónde? No lo sé, me lo dijo pero estaba demasiado ocupada intentando recoger los trocitos que quedaban de mi alma.
Ya en sus últimas semanas dudaba sobre qué hacer, y yo, haciendo añicos de lo que quedaba de aquella minucia a la que antes solía llamar corazón, le decía que se fuera, que yo iba a estar bien.
Aprovechamos las últimas tardes que le quedaban junto a mí para irnos a la orilla del río Senna a leer. Él se sentaba y se apoyaba en un árbol, yo me recostaba en su regazo, él, entonces, empezaba a recitar y yo me limitaba a escucharle mientras le observaba.
Aprovechamos las últimas noches que le quedaban junto a mí para dormir juntos. Él dormía, yo me abrazaba a él y me pasaba la noche entera echándole de menos.Por las mañanas me limitaba a hacerme la dormida para que se acurrucara junto a mí, me besara y me echara de menos.Hablábamos pero no decíamos nada y, sin embargo, cuando nos mirábamos en silencio el aliento se nos cortaba y lo decíamos todo.


Cuando se fue me escondía tras las páginas de un libro a orillas del Senna, dormía por las noches y, de día, simplemente, dejaba de ser yo.Me refugiaba tras las páginas vacías de un diario casi completo y tachaba los días en las páginas de un calendario infinito.

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