Era como una tormenta cuando se enfadaba pero también cuando tenía ganas de mí. A veces era difícil distinguir cuál de las dos opciones tocaba cada día. En el primer caso era mejor dejar que descargara la tempestad y disfrutar de la clama y el olor a paz y humedad propio de las tormentas de verano. Sin embargo, en el caso de la segunda opción... bueno, a ninguno de los dos nos molestaba ese tipo de furia.
La puerta se abrió y se cerró casi con la misma velocidad dando un portazo. Ella vino hacia mí taconeando con su genio habitual. No se paró hasta que llegó a mi boca y me arrebató la camisa. Hoy era uno de los segundos días y ninguno de los dos pensaba protestar.
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