Ya suelo despertar por la mañana pensando en ti. Acostumbro a verte y dibujar en mi cara una estúpida sonrisa, vuelvo a hablarte y sueno siempre a idiota. Ya he adoptado el hábito de tatuarme tu nombre sobre la piel si tengo un bolígrafo en la mano. Ahora ya no me sorprendo si llega la noche y tu recuerdo no me deja dormir. Comienza a ser corriente que analice todos y cada uno de tus movimientos, todos tus gestos, que inspeccione cada facción. Ya no es extraño que me encuentre a mí misma imaginándonos en diosabedónde y cuándo, diosabeporqué, haciendo diosabequécosa que siempre me hace feliz. Creo que debería empezar a llamar a esta rutina “amor”
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