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lunes, 10 de octubre de 2011


- Bueno chica, ya sabes lo que dicen, hay muchos más peces en el mar.
- Pfff- protesté- Sabes que odio las analogías de pesca, mi padre las usa a todas horas.
- Está bien. Está bien. ¿Y con qué quieres que haga la comparación? ¿un clavo saca otro clavo quizá?
- Con globos.
- Emmm. Perdona, creo que no lo pillo. ¿Globos?
- Sí. Globos. 
- Todos somos globos. Como esos que comprábamos cuando teníamos cinco años. Y todos estamos expuestos al público. Unas son princesas Disney, otros Digimons, otros tienen forma de Mikey Mouse o de alguno de su panda e incluso hay alguno de Bob Esponja. Y entre todos ellos estoy yo. Un globo clásico, de forma ovalada y de un solo color. Algo poco llamativo entre tanto personaje de fantasía.
Todos esperamos impacientes la llegada de los niños y vamos viendo como los más bonitos son los primeros en ser elegidos. Hasta que un día, uno de los niños se fija en mí. Y decide que no quiere a Bob Esponja ni a un personaje de acción, decide que me quiere a mí.
Y durante un tiempo todo es perfecto, él es feliz y tú lo eres con él. Te sientes importante, invencible, único. Pero poco a poco el aire que te da la vida empieza a desaparecer lentamente y con el paso del tiempo él se aburre de ti. Ya no eres la novedad, ya no eres especial. Él deja de recordar que vio en ti y tú no tienes fuerzas para mostrárselo. Así que, te abandona, te da de lado. Hasta que un día decide probar algo. Ya no le importas por lo que las posibles consecuencias tan solo serán un daño colateral. Él se acerca a ti, despacio, sigilosamente, sin avisar, y cuando quieres darte cuenta la aguja a traspasado la delgada película que te cubre, recordándote lo frágil que siempre habías sido en realidad.
- Tienes una extraña forma de ver las cosas. Pero en cierto sentido todo lo que has dicho es verdad, aunque duela reconocerlo.
- Ojalá no tuviera razón. Las cosas serían mucho más sencillas.

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